lunes, 3 de diciembre de 2012

Discriminación

La discriminación hoy es una realidad de todos los días. Podemos verla en todas partes. En la cancha, con cantitos racistas; en la entrada a ciertos restaurantes, no dejando entrar a quien no lleva ropa de marca; en facebook o twitter; y podríamos seguir haciendo una lista muy larga.
Exsite discriminación racial, socio-económica, cultural y hasta religiosa. Desde mi punto de vista esto es inaceptable, por lo menos para los que nos llamamos "cristianos". ¿Qué es un cristiano para mí? Es aquel que sigue las enseñanzas de la Biblia.
En la Biblia dice que todos somos iguales en "estatus", en dignidad. Todos fuimos hechos por Dios. Cuando fuimos hechos, Dios dijo "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gn 1:26)...¡y todos descendemos de ese hombre! También se nos dice que todos somos pecadores, y por todos Cristo murió, "porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea no se pierda, mas tenga vida eterna" (Jn 3:16).
Por lo tanto, si alguien se cree mayor o superior a otro, está viendo las cosas de forma errada; se está poniendo sin darse cuenta en el lugar de Dios. De paso, muchas veces quien discrimina en el fondo no se siente superior, sino inferior, y trata de compensar su inseguridad rebajando al otro. No se da cuenta de que así se rebaja él, convirtiéndose en algo que Dios no acepta.
Cuando se discrimina a una persona, se le daña profundamente la autoestima. Pero a la corta o a la larga, el discriminador termina padeciendo el rebote de lo que hizo.
Hay palabras de ánimo y reflexión en la Biblia. Quien sufre discriminación puede hallar ánimo cuando el apóstol Pablo dice que "ya no hay judío ni griego, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer. Todos sois uno en Cristo Jesús" (Gá 3:28). Y el que discrimina puede hallar perdón y cambiar su forma de pensar si acepta que Jesús "es la expiación pro nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Jn 2:2).
En conclusión, no debemos discriminar porque Cristo, nuestro Señor, no lo hizo, sino que murió por todos nosotros. Y si aceptamos esto, viviremos todos más felices, en unidad, y esperando su venida de la mano.

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